Estación de Esquí Valgrande-Pajares


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Descripción:


Servicios: Cafetería y restaurantes, alojamientos, servicio médico, escuela de esquí, alquiler de equipos, telesquís, telesillas, parking, snow park, jardín de nieve.

Cómo llegar: Desde cualquier punto del centro de Asturias, esa mancha unida por las poblaciones de Avilés, Gijón, Mieres y Langreo que tiene a Oviedo y Siero en el centro, podemos llegar a Pajares en poco más de media hora, y además en las máximas condiciones de seguridad.

Las autopistas y autovías nos llevan hasta Campomanes, pueblo del concejo/municipio asturiano de Lena que dista 6 km de Pola de Lena (La Pola), capital municipal. Desde allí, apenas 14 km de un puerto conocido, el Pajares, con una calzada amplia dotada de un asfalto antideslizante y doble guardarraíl.

Al coronar el puerto, dejamos el Hotel Pajares a la derecha. Unos 500 metros más adelante, tomamos el desvío hacia el Brañillín. La carretera de acceso a la estación es de un solo sentido.

UNA ESTACIÓN PIONERA

Sinónimo de deporte y turismo, Valgrande-Pajares, una de las estaciones de esquí pioneras en España, es un claro referente de los deportes de invierno en el ámbito nacional. Como afirmaba (año 2004) Hugo A. Morán, alcalde de Lena (concejo/municipio donde se ubica aquélla), con motivo de celebrarse su cincuenta cumpleaños: «Aquellos primeros tiempos de la estación, con la puesta en funcionamiento [año 1954] del remonte de La Cerra [en la trasera del parador de Pajares] y posteriormente de La Picarota, supusieron el inicio de la gran aventura blanca de Asturias. La nieve pasó —en muy pocos años— de ser un elemento hostil, que mediatizaba la vida de muchos pueblos del concejo, a una bendición para el deporte. El esquí atrajo a miles de asturianos que en muy pocos años provocaron con su demanda la ampliación de la estación».

En su puesta en marcha tuvieron mucho que ver el entusiasmo de un grupo de aficionados, la visión de José María Suárez, fundador del primer hotel en el alto del puerto de Pajares —que luego pasó a ser parador nacional—, y la dedicación a la misma de uno de sus hijos, Jesús (Chus) Suárez-Valgrande, quien hizo montar en 1954, al principio a través de la Sociedad Astur-Leonesa, y años más tarde como delegado provincial de Deportes, tanto el primer telesquí asturiano en La Cerra como, seguidamente, una vez construida la carretera al Brañillín, los remontes de La Picarota, Abedules, Dulceladueña, La Hoya, el primer telesilla del Cuitu Negro, los telesquís del Valle del Sol, Arroyo, Fuente la Reina, la escuela de esquí, cafetería... Durante décadas, Suárez-Valgrande, como director de la estación, contribuyó con su esfuerzo a que la misma prosperase.

Posteriormente, tras años sin inversiones, la Dirección General de Deportes del Principado de Asturias inició, a finales de los 90, un importante esfuerzo de modernización de lo mucho ya existente: inversiones en nuevos telesillas, remontes mecánicos, cañones de nieve, paraventos, trabajos en pistas, reformas en las edificaciones, etc., ofreciendo unas instalaciones adaptadas a las exigencias actuales, para disfrute y goce no sólo del esquí en distintas modalidades (alpino, snowboard, travesía, esquí de fondo), sino también de un buen número de actividades alternativas (senderismo, rutas de bicicleta de montaña, trial, rutas 4 x 4, barranquismo, parapente, etc.).

HISTORIA DE LA ESTACIÓN

Los pioneros

El afán de conquista y disfrute de la naturaleza más agreste propia del romanticismo de finales del siglo XIX y comienzos del XX impulsó el deporte del esquí en casi toda Europa y también en España. El Cantábrico no fue una excepción. Como en Candanchú, La Molina, Nuria o Navacerrada —junto con Pajares forman el grupo de estaciones pioneras—, el paso del ferrocarril por una cota alta en la que la nieve era habitual todo el invierno resultó clave a la hora de fijar el primer enclave para el desarrollo del deporte blanco. El resto es cosa del entusiasmo de un grupo de aficionados que, visto desde la perspectiva de muchos años después, resulta casi épico. Jesús Suárez Valgrande, su familia y, sobre todo, el grupo de personas que consiguió aglutinar alrededor de este deporte han escrito la historia del esquí en el Cantábrico, que tiene en los montes y la estación de Pajares su origen y el gran motor de su evolución.

El arranque de la estación de Valgrande-Pajares, con la inauguración del telesquí de La Cerra en enero de 1954, no fue sino un paso lógico entre el grupo de entusiastas que llevaba practicando el esquí en la zona con asiduidad desde el final de la Guerra Civil. El esquí, como medio de transporte puro y duro, tiene desde luego más antigüedad entre quienes debían desplazarse por el puerto. El esquí, como deporte, comienza a gestarse cuando el padre de Jesús Suárez Valgrande construye el Hotel de Pajares en la década de los años 20.

Natural y vecino de la Flor de Acebos, el padre de Chus Valgrande vio en el alto del puerto un enclave ideal para sacar rendimiento al hotel, más que nada como parada obligada y refugio a la hora de atravesar el puerto en cualquier época del año. Fue su hijo, Jesús, quien vio en la nieve y el esquí la gran pasión de su vida. Aquel primer establecimiento hotelero y la posibilidad de llegar en ferrocarril —tras caminar cinco kilómetros desde Busdongo— trasladaron a Pajares a los primeros entusiastas.

En el sótano de un hotel, un carpintero construyó los primeros esquís a base de los largueros utilizados en los toneles de vino. Los ingenieros europeos que llegaron a Asturias y al norte de León para la explotación de minas y las primeras industrias resultaron decisivos para «ilustrar» a los aficionados asturianos sobre las primeras nociones de técnica, la construcción de esquís o el diseño de la ropa adecuada.

La traducción de algunos libros y, como siempre, el entusiasmo desbordante de estos pioneros, lanzaron definitivamente el deporte blanco en Pajares. El resto del país también vivió este auge en otros puntos. La pujante burguesía catalana encontró en La Molina el lugar idóneo, mientras que Navacerrada aglutinó a los aficionados de Madrid. Candanchú concentró desde entonces a la línea más militar, que ha tenido no poca importancia en el desarrollo de este deporte.

No tardaron en organizarse los primeros campeonatos de España. Jesús Suárez se proclamó campeón varios años y cristalizó su hegemonía acudiendo a los Juegos Olímpicos de Garmisch-Partenkirchen, en el corazón de la Alemania nazi, en 1936. Y cosas del destino, Chus era el abanderado del equipo español enarbolando la enseña tricolor de la república.

La Guerra Civil paralizó la actividad pero ni mucho menos ahogó la afición. El final de la contienda española en 1939 supuso el paso definitivo para la evolución del deporte blanco. El comienzo de los años 40 supuso el empujón definitivo del esquí en Pajares con tres focos de aficionados bien diferenciados por su origen: Oviedo, Gijón y León, todos ellos aglutinados por Jesús Suárez, que desde aquel momento incorporó a su apellido el topónimo de los montes que dieron sentido a toda su vida: Valgrande.

Las estrechas relaciones entre el régimen del general Franco y la Alemania de Hitler llevó a Pajares al primer profesor: el austriaco Walter Foeguer, un esquiador con una técnica depurada y una disciplina típicamente europea. Su técnica de esquí, de la escuela austriaca, sentó las bases de la forma de esquiar en Pajares y que siempre ha importado la Escuela Española de Esquí, en la que tuvo menos influencia la línea francesa de Emile Alais. Aunque pocos lo sepan, Foeguer da nombre a una de las pistas de La Picarota que desciende con más pendiente hacia el llano donde arranca el telesquí de Abedules.

Foeguer fue el primer profesor de tres grupos de aficionados localizados en Oviedo, Gijón, en menos medida Mieres, y León. La tienda sastrería de Juanito Montes, en uno de los locales que hoy ocupa la confitería Ovetus, en la calle de Uría, fue el centro de reunión, planificación y tertulia de los aficionados ovetenses. Arturo Buylla, Boto, los hermanos Benedé, Mario Carreño o Tely Lana aún recuerdan aquellos días en «los que nos tomaban por locos», señala la incombustible esquiadora. A mediados de los 40 eran ya una veintena de aficionados habituales que fletaban un autobús cada fin de semana.

Recibían revistas por correo y «Juanito Montes copiaba los diseños para hacernos la ropa en la sastrería», explica Tely, que recuerda con cierto miedo aún el trayecto desde la actual Junta del Principado, donde les dejaba el autobús —entonces era Diputación—, hasta su casa en Uría: «Los chicos te escorrían y te gritaban porque no entendían qué hacías así vestida, con aquellos esquís al hombro. No entendían nada».

Los esquís se pedían por encargo a Madrid o Barcelona. Los primeros eran de una sola madera, «pero para mis primeras carreras me los hicieron con dos maderas. Aquello era la bomba», recuerda entre risas Tely Lana. El Club Alpino Peñaubiña concentró a buena parte de este primer grupo de habituales de Oviedo.

El Grupo Cultural Covadonga y el Torrecerredo fue la génesis entre los aficionados de Gijón. De hecho, el Grupo construyó un refugio en el alto de Pajares, del que hoy no queda nada, justo al otro lado de la carretera donde estaba construido el antiguo hotel de Valgrande, unos metros hacia Asturias del actual enclave del Hotel de Pajares.

Kity Canga, principal rival de Tely Lana durante años y años de competición, era una de las habituales. Tiene 84 años, pero aún recuerda que «lo pasábamos bomba. Durante años esquiábamos sin ningún remonte y cuando se abrió La Cerra fue algo espectacular». Su hermano Colín, ya fallecido, Cipriano Cuesta, Nico Ochoa y su esposa Maribel formaban parte de aquel primer grupo de Gijón que acudía a Pajares a mediados de los años 30. Este grupo contó, además, con uno de los primeros niños-esquiadores: César Guisasola. Con apenas nueve años, era uno de los alumnos preferidos de Walter Foeguer y algunas fotografías dan constancia de ello en 1941 y 1942. Guisasola comenzó a subir a Pajares con su padre, pero no tardó en viajar solo en compañía del resto de los aficionados de Gijón. «Cogíamos el tren de las seis de la tarde que nos dejaba en Busdongo a las 12.00 de la noche. Y desde allí caminando hasta el refugio del Grupo o al hotel de Chus. Ya te puedes imaginar el frío. Sólo teníamos una parada por el camino, Casa Kiko, para calentarnos con algo y seguir camino». Ceferino Mateo, otro de los pioneros de Gijón, recuerda que regalaban unas botellas de vino al conductor del tren para que detuviera el convoy unos segundos a la salida del túnel de La Perruca, en Arbás. «Teníamos que tirar todo el material y casi saltar en marcha», explica Mateo, que recuerda que hasta 1943 había un paso a nivel entre el pueblo de Pajares y las rampas más fuertes. «Los camiones no podían frenar y se llevaban continuamente las portillas por delante».

El grupo de pioneros de Mieres estuvo compuesto inicialmente alrededor de Guzmán Tuñón, Sabino González y Enrique Espina; este último sigue esquiando a punto de cumplir 80 años. «A partir del año 39 a 41 los aficionados, que habíamos comenzado a esquiar en Mieres, en la finca de la Rotella, propiedad de los Buylla, se multiplicaron con el Frente de Juventudes, la única organización de las que se podía echar mano para hacer deporte», recuerda Espina, que no pocas veces subía la bici en el tren. «Dormíamos en la buhardilla del hotel de Jesús y el domingo bajábamos esquiando hasta Fierros o en bici».

Junto a los pioneros de Oviedo, Gijón y Mieres, la zona de Pajares comenzó a generar también esquiadores, no sólo Jesús Valgrande. En aquellos primeros años 40 ya esquiaban Fernando Suárez, Saso, Camisiro, Chuso y los González de Lena, mientras que de Busdongo lo hacían Manolín Vegalamosa y Galarraga.

¿Pero quiénes eran capaces de afrontar semejante aventura cada fin de semana? Esa característica resultó común en Oviedo, Gijón, Mieres o León. «Éramos gente que nos gustaba mucho el deporte. Todos practicábamos varias disciplinas y, además, sentíamos una atracción especial por la nieve», recuerda Guisasola.

La pala de La Cerra y, al otro lado de la carretera, en La Calera —donde actualmente están las naves del MOPU— completaban la zona habitual de aquellos años 40 para practicar el esquí. «Subíamos en escalera para pisar la nieve y luego descendíamos», recuerda Tely Lana. «Ya te puedes imaginar que todos estábamos en una gran condición física. Hacíamos unas cuatro bajadas por la mañana y otras cuatro por la tarde, lloviera, nevara o hiciera sol», recuerda Guisasola.

El letrado de ahora 70 años —aún esquía y muy bien— acudió a los primeros campeonatos de alpino a Candanchú en 1948. La estación aragonesa ya disponía de un telesquí en el Tobazo. La diferencia era radical. «Había mucho más nivel y era lógico. En Candanchú podías bajar una pista de casi un kilómetro 20 veces y no te agotabas subiendo. Además, con tanta bajada, la pista estaba mucho más pisada. La conclusión es que esquiabas de verdad y era la forma de aprender. En Pajares te morías subiendo a pie y bajando entre nieve sin pisar».

La construcción de un remonte mecánico estaba en la mente de todos los que, por una razón u otra, conocían estaciones que ya los habían instalado, y el primero, Chus Valgrande. Pero eran tiempos difíciles y obtener dinero para la creación de una empresa, solicitar créditos o importar material sonaba a ciencia ficción.

Chus Valgrande fue ante todo un deportista y siempre dio al esquí un sentido de competición, más allá del envoltorio lúdico o de ocio. Así que en aquellos difíciles años 40, intentó que «sus» esquiadores pudieran disponer de pistas más largas para entrenar campeonatos a celebrar en otras estaciones.

Algunos días de buen tiempo organizó excursiones a la zona de La Picarota y Dulce la Dueña e, incluso, ascensiones al Cuitu Negro. El grupo partía a primera hora de la mañana del hotel, ascendía a La Cerra y bajaba después hacia el Brañillín. «Lo peor era pasar la cascada antes de llegar a las cabañas de los pastores», recuerda Guisasola. Hoy, esa cascada se pasa por un puente difícil de ver en invierno. En verano, Eugenio Soto organiza cursos de iniciación al descenso de cascadas justo en ese enclave. Las cabañas estaban situadas en el llano que existe entre el albergue del CAU y los telesquís de La Hoya y el Arroyo. «Recuerdo que en una ocasión estuvimos 15 días en las cabañas del Brañillín», señala Espina.

«Subíamos toda la mañana y llegábamos rendidos al Cuitu Negro, pero luego merecía la pena. ¡Qué bajadas!», recuerda Guisasola. En aquellos momentos, «ya veíamos que aquella zona tenía grandes posibilidades», recuerda Tely Lana, que, como Guisasola, también conocía otras estaciones por acudir a campeonatos de España.

Esos viajes a las competiciones tampoco estaban exentos de épica. En una ocasión, César Guisasola, Pacho Rovés y Manolo Morán —que después sería olímpico en Squaw Valley 1960— completaron una auténtica travesía para llegar a Candanchú. La nieve entre Pajares y Busdongo les retrasó la caminata y perdieron el expreso a Madrid. Se vieron obligados a coger un mercancías hacia León en un vagón de carga con las puertas abiertas. «Imagínate el frío». Después, esperar en la estación por otro tren a Valladolid. Otra vez varias horas en la estación para coger un tren a Madrid. «Allí dormimos en un piso que tenían unos familiares de Pacho». Y de Madrid a Zaragoza, luego a Huesca, después a Jaca y otro tren a Canfranc. «Cuando llegamos, los campeonatos ya estaban por la mitad».

Guisasola cambió su domicilio de Gijón a León a finales de los 40 y tuvo ocasión de conocer a los pioneros del esquí del otro lado del Pajares. Diego Mella era uno de ellos y junto a él, otra persona clave, Sterling, un ingeniero suizo que llegó a las minas de Sabero y que «nos enseñó la técnica de telemark, que dominaba a la perfección».

Incluso acudían a visitarlo a Sabero en bicicleta. Partían desde Pajares, llegaban a Boñar y luego a Sabero. Después regresaban por el antiguo Riaño —hoy bajo las aguas del pantano— y regresaban a Oviedo por el puerto del Pontón. «La carretera era de grijo y los puentes, que se habían destruido durante la guerra, eran pontones de madera que atrapaban las ruedas de la bicicleta. Caíamos una docena de veces en todo el trayecto».

Ceferino Mateo acompañó a Chus Valgrande a los Juegos de Cortina. Chus fue con el resto de la expedición española, entre la que se encontraba el marqués de Portazgo, también piloto de F-1. Mateo lo hizo días después. Se propuso ir desde Gijón en moto, una Sanglas, pero llegó a Barcelona con síntomas de congelación. «Pedí a un sereno que me indicara alguna pensión. Eran las dos de la mañana y estaba casi desmayado. Me indicó una casa y no pregunté mucho. A la mañana siguiente me di cuenta de que era una casa de citas. Salí corriendo y cogí un tren a Italia. Llegué a Cortina y me presenté como el marqués del Felechu. Así firmé muchos autógrafos como ayudante del alineatori».

La gestación de la estación

Los viajes a campeonatos en los que se veían otras estaciones, el creciente número de personas que acudían a Pajares, la mejora de la técnica y el tímido arranque de la economía española en el paso de los 40 a los 50 hacían ya inevitable el nacimiento de una estación de esquí, la instalación del primer remonte.

Jesús Suárez poco hubiera podido hacer de no haber estado rodeado de entusiastas que pertenecían en muchos casos a familias bien posicionadas y con medios y contactos para encontrar el camino de la génesis de una estación de esquí. Y contando, además, con que no todo el mundo tenía la misma idea de cómo llevarla a cabo, ni siquiera de la misma ubicación.

Mientras Jesús Suárez estaba convencido de iniciar la estación por La Cerra y crecer hacia el Brañillín y después a Cuitu Negro, un grupo de personas, encabezado por Juan Blas Sitges, estaba convencido de que la estación debería ir a otro enclave por Tonín hacia Brañacaballo. Los roces entre Sitges y Valgrande fueron sonados.

Porque, a pesar de que todo el mundo parece estar de acuerdo en que en aquellos años la nieve era mucho más abundante, no es exactamente en la proporción en la que se piensa. A falta de datos objetivos, la memoria de los pioneros es la única base. En los años 40 o 50 no existían máquinas para limpiar la carretera, así que en seguida había que tirar de pala para limpiar la calzada y con 20 o 30 centímetros ya se cerraba al tráfico. «Además, estábamos acostumbrados a descensos de 100 o 200 metros. Éramos muy pocos y nos servía cualquier nevero. Es verdad que esquiábamos todo el invierno, pero hoy no podría hacerse en aquellas condiciones de nieve», explica César Guisasola.

El letrado recuerda que ya en aquel tiempo «era evidente los problemas que acarreaba la cercanía del mar y la altura. La nieve era muy diferente a la de los Pirineos o Navacerrada». Esquiar subiendo a pie en cualquier lengua de nieve o nevero era una cosa y establecer el primer remonte y el futuro crecimiento de una estación otra muy diferente.

Con la llegada de los años 50, el esquí era habitual y relativamente popular ya en Pajares. El Club Alpino Peñaubiña subía desde Oviedo con uno o dos autobuses que recogían a gente en Mieres, del grupo Vetusta salía otro, del Torrecerredo de Gijón, otro más, además del que salía del SEU. Muchos aficionados a la montaña estaban descubriendo también el esquí.

Así que se creó una primera sociedad, La Cerra, para comprar el primer remonte. Se trataba de conseguir una aportación de bonos convertibles de 500 pesetas, una cifra nada sencilla de reunir en la época. En aquel momento, el sueldo mínimo interprofesional era de 36 pesetas. 500 pesetas equivalían a un buen sueldo de un profesional de la época del tipo ingeniero, médico o abogado.

El primer remonte mecánico

Mario Carreño, el hombre de confianza en la contabilidad de Jesús Suárez Valgrande, realizó un viaje a los Pirineos en 1952. Uno de los puntos que visitó fue el Tourmalet y lo que era el primer paso de lo que luego creció como estación de la Mongie. «Allí vimos un hotel, con un telesquí en una pista cercana. Se nos encendió la luz. Era justo lo que necesitábamos en Pajares», recuerda Carreño. Así que preguntaron por el fabricante de aquel ingenio en el hotel y fueron a visitarle a Grenoble. Se trataba de un «talleruco» que regentaba Jean Pomagalski, un manitas huido de Polonia con la Segunda Guerra Mundial. Entonces estaba empezando y sólo había montado el remonte del Tourmalet y había patentado el sistema Poma, que consistía en una pinza móvil en las perchas para el sistema automático, que luego se hizo tan popular.

Pomagalski estaba empezando y no podía dejar escapar la oportunidad de introducirse en España, a pesar de las dificultades que entrañaba el comercio con un país aislado por la comunidad internacional. Así, cogió su Citroën 2CV y se plantó en Pajares para estudiar la construcción sobre el terreno.

En el verano de 1953 envió todas las piezas por ferrocarril, pero el vagón fue detenido en Hendaya por la falta de documentos para importar. Francisco Labadíe, entonces gobernador civil, y el notario Pedro Caicoya firmaron una letra de cambio como aval y arreglaron las cosas como pudieron para desbloquear el transporte. Las piezas llegaron por fin, se montaron y la Sociedad La Cerra pagó 316.154,70 pesetas. La mayoría de ese dinero se recaudó con los bonos convertibles, de los que algunas personas adquirieron varios, mientras que el Frente de Juventudes se hizo con casi 100.000 pesetas.

El telesquí se inauguró el 17 de enero de 1954 y Chus Valgrande no pudo asistir a la inauguración porque su mujer estaba ingresada en Oviedo para dar a luz. «Voy a tener dos hijos», decía emocionado tras tantos esfuerzos.

El crecimiento

La Cerra, situada junto al recién estrenado Parador de Turismo de Pajares, pronto se quedó pequeña. Las fotos de la inauguración ya recogen colas de esquiadores y, además, «ya se veía que la nieve iba escaseando y teníamos que buscar cotas más altas». Todo el mundo pensaba ya en las laderas de Celleros y las de Cuitu Negro como lugar de crecimiento. Durante todos los años anteriores, todos los aficionados las habían descendido alguna vez después de subirlas a pie.

Jesús Suárez fue nombrado delegado provincial de Deportes y eso facilitó el crecimiento, aunque lo «asturianizó». A finales de los años 50 se creó la Sociedad Deportiva Asturleonesa. El crecimiento natural debía ser por La Picarota y allí se instaló el segundo telesquí. Las sucesivas ampliaciones de capital dejaron cada vez con menos poder de decisión a los aficionados que habían adquirido los primeros bonos convertibles en acciones, aunque siempre disfrutaron de ventajas que hoy mismo perduran. Pero, paulatinamente, la Diputación Provincial fue haciéndose con el control y Jesús Suárez Valgrande, como delegado de Deportes, asumió definitivamente la dirección.

La economía española despertó a comienzos de los años 60 y la Diputación de León también quiso entrar a colaborar en el crecimiento de Pajares. Lograron reunir 10 millones de pesetas para inversiones, aunque Jesús Suárez Valgrande optó por renunciar a esas aportaciones en una de sus decisiones más polémicas. Ese dinero fue destinado a otro lugar y así nació la estación de San Isidro. Por su parte, Pajares estrenó el segundo telesquí, La Picarota, en 1964.

No fue sino el primer paso de otro proyecto que ya estaba gestando. En el año de inauguración del telesquí de La Picarota, ya se puso en marcha el proyecto de creación de la estación en sí en el Brañillín. Ese plan contemplaba la construcción de un telesilla hasta el Cuitu Negro, un telesquí en el Valle del Sol, un telesquí en La Hoya y la reordenación del terreno para comenzar a construir la urbanización de la estación. Era el sueño de todos los esquiadores que habían subido a pie durante mucho tiempo hasta el Cuitu Negro para descender sus laderas. Era también el sueño de construir una verdadera estación de esquí con carretera, urbanización y servicios como muchos de esos deportistas habían visto en estaciones de Europa.

La estación se hace realidad

Ese anhelo se hizo realidad en el invierno de 1969 con la inauguración de la carretera al Brañillín, el telesilla Cuitu Negro, el telesquí Valle del Sol y el telesquí de La Hoya, la red de remontes mecánicos para colonizar las laderas del Cuitu y que durante muchos años fueron el núcleo de la estación y en muchos sentidos lo siguen siendo. En realidad, sigue siendo el principal dominio esquiable de Valgrande-Pajares. Llegó también la primera máquina pisapistas y dos años después la primera quitanieves.

Entre 1969 y 1970 se construye el edificio de la cafetería y el Club Albergue Peñaubiña. A continuación, se inician las obras del Albergue Universitario. Pajares ya es una estación de esquí y vive el segundo boom del deporte blanco. El primero tuvo lugar en los años 40 y el tercero llegaría con los 90 en Asturias y en toda España.

Uno de los grandes aciertos de Chus Valgrande, apoyado en todo lo que había visto en estaciones de toda Europa, se centró en cuidar la urbanización, tanto en el estilo de construcción uniforme para todos los edificios, como en el requisito fundamental de que se construyeran plazas de garaje en los sótanos para evitar los colapsos de vehículos que el propio Valgrande había visto como problema en otras estaciones.

A lo largo de los años 70 la estación siguió creciendo. Lo hizo fundamentalmente la urbanización, con la mayoría de los edificios que hoy la componen, pero también en remontes mecánicos. Fuente la Reina, Dulce la Dueña, Abedules, Valgrande y El Arroyo ampliaron el dominio esquiable y, sobre todo, la capacidad de transporte en un lugar que ya era un centro turístico de primer orden.

El esquí se convirtió en un deporte relativamente popular y abierto a casi todos los niveles sociales. La organización de competiciones vivió su mejor época. La primitiva federación norte, que englobaba a Asturias, León, Santander y Palencia, se convirtió en los 60 en Asturleonesa, y en los 70 ya se desligó definitivamente. Pero la organización de pruebas, que había sido una característica clave, incluso en los tiempos en los que aún no estaba instalada La Cerra, se mantuvo como seña de identidad de la estación, tanto en fondo como en alpino.

A pesar de la colonización del Brañillín, las competiciones seguían teniendo lugar en muchas ocasiones en las pistas de la zona baja, sobre todo en La Picarota: «Recuerdo haber marcado cuatro pistas de slalom especial paralelas», recuerda Ángel González de Lena, hoy director de la Escuela de Esquí de la estación. El paso de La Cerra a La Picarota resultó un «shock» para los esquiadores, pero el paso al Brañillín suavizó las condiciones y acercó el esquí a los aficionados de cualquier nivel.

Ese sentido del deporte de competición que siempre mantuvo Chus Valgrande le hizo generar el que sería su último proyecto como director de la estación: la creación de una gran pista de competición en El Tubo. En 1984 se inauguró el telesilla Les Patines, el telesquí del Tubo y el stadium de competición en la ladera nordeste del Cuitu Negro. Casi simultáneamente se construyó el edificio de servicios de la estación, donde hoy están ubicados el taller, un hangar, las oficinas, la vivienda del director, la Escuela de Esquí y la tienda y alquiler de material.

Curiosamente, la inauguración de toda la zona del Tubo y Les Patines coincidió con el desmantelamiento del telesquí de La Cerra, que hoy figura en el Museo de Poma, en Francia. Dos años después, llegó la hora de jubilación de Jesús Suárez Valgrande. Con 70 años y una salud que comenzaba a dar síntomas de agotamiento, el fundador dejó paso a otras personas.

El principal y más acusado problema fue el cambio climático que afectó y afecta a toda las estaciones de esquí de todo el mundo. Pajares, a un paso del mar y con cotas que van desde los 1.400 a los 1.850 m, lo sufrió quizá más que ninguna otra. La escasez de inversiones tras las transferencias también supuso un lastre importante en la gestión de Álvaro Álvarez, que, además, debió luchar siempre con la huella dejada por Jesús Suárez Valgrande, su antecesor.

La segunda parte de los 80 resultó nefasta en cuanto a precipitaciones de nieve. En 1988-89, el invierno más caluroso del siglo en toda Europa fue especialmente nefasto. La estación abrió sólo durante una semana en el mes de abril.

Pero, cosas de la meteorología, el siguiente invierno resultó inmejorable de nieve. Comenzó a nevar en noviembre y el blanco elemento no desapareció de las pistas hasta junio. Muchos aficionados aún conservan forfaits de la segunda quincena de mayo. Un año después se inaugura el telesilla cuatriplaza Brañillín, que, junto a las fuertes nevadas, cambió la cara a la estación. Algo menos de 200 millones de pesetas dedicó el Principado a la instalación del remonte mecánico de gran capacidad para cubrir todo el área esquiable de la estación en la zona media y alta. Pajares recuperó la vitalidad y cosechó los índices de mayor afluencia de su historia. Y no sólo con turismo de día. Durante los 70 y 80 se fue consolidando un turismo de fin de semana y vacaciones en los clubes y edificios de apartamentos, con un ambiente nocturno importante que comenzaba con unas primeras copas en los clubes o la cafetería del telesilla, pasaba después a la discoteca del parador, y seguía luego, para los más animados, en Villamanín, Pola de Gordón e incluso en La Robla.

La década de los 90

Pajares apenas sufrió variaciones hasta 1999. Es entonces cuando se analiza la realidad de las instalaciones y una actuación contundente dividida en varios ejercicios. El trabajo en pistas, la dotación de un moderno sistema de producción de nieve y la instalación de un telesilla cuatriplaza en el Valle del Sol son el núcleo del plan de inversiones que han cambiado por completo la realidad de Valgrande-Pajares, el punto de partida de una reconquista de los aficionados que ya se ha dejado notar desde el primer momento. La reforma del Albergue del Club Alpino Peñaubiña y el del Toribión en coquetos hoteles de montaña y la instalación de una guardaría suponen otro paso en el relanzamiento de la estación. Hoy Valgrande-Pajares dispone de modernos remontes mecánicos, pistas anchas y cuidadas para poner en práctica las nuevas formas de esquí derivadas de la construcción carving, un snowpark para los snowboarders y una mejora sustancial en la hostelería y la restauración, todo a escasos minutos del centro de Asturias. Todo un lujo.

Fuente: Estación invernal y de montaña Valgrande-Pajares, 1954-2004, revista del cincuentenario de la estación, con textos de Miguel Martínez Cueto y J. R. Rodríguez. Edit. Consejería de Cultura, Comunicación Social y Turismo. Dirección General de Deportes del Principado de Asturias. Oviedo, 2004.

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