Capilla de la Balesquida


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Descripción:


Se ubica a un lado de la plaza de Alfonso II el Casto, haciendo esquina con la de Porlier. En ella se honra a una dama ovetense de muchos posibles, Velasquita Giráldez, por haber beneficiado al gremio de los alfayates o sastres durante el primer cuarto del siglo XIII con importantísimas aportaciones; ello explica que las tijeras pertenecientes a este colectivo gremial cuelguen del balcón de la esquina. De esta señora se tienen pocos datos; lega un hospital y varias propiedades a los integrantes de la Cofradía de Alfayates, que ella funda, y a otros habitantes de la capital.

La capilla, barroca del XVII, la preside una imagen de la Virgen de la Esperanza. En su testero se observan escenas de la vida de San Bernardo Claraval, creación de Francisco Reiter, pintor local de la segunda mitad del XVIII. El retablo lateral dispone de bellas imágenes fechadas en los ss. XVII y XVIII. En la puerta, que deja ver el interior, es costumbre ver a alguien orando, lo que indica la devoción ya ancestral que despierta en la ciudad este pequeñísimo lugar sagrado.

Tesoros artísticos, histórico-culturales y sentimentales de la capilla de la Balesquida

Autora: M.ª del Carmen López Villaverde*

Este artículo pretende hacer una relación de las obras de arte de diverso valor artístico que se encuentran a la vista de los fieles en la capilla de La Balesquida, basándose en trabajos anteriores que obran en los archivos de la Cofradía.

La capilla, que todo vecino de Oviedo conoce o debería conocer, está situada en la plaza Alfonso II, frente a la Catedral, dedicada a la Virgen de la Esperanza, que en épocas muy lejanas salía en procesión bajo los soportales de la antigua plaza. Su fundación data del siglo XIII, pero sufrió varias reformas hasta llegar al estado actual. Una placa rectangular de piedra situada en la fachada lleva grabada la fecha de su fundación así como el hospital, hoy desaparecido. Las letras cinceladas en rojo y azul hacen referencia al año 1270, a su fundadora, doña Velasquita Giráldez, y a su reedificación en 1870.

El recinto sagrado es de estilo barroco, de líneas simples y de pequeñas dimensiones que lo hacen más acogedor y recóndito para la oración. A través de un arco de medio punto se accede a un bello zaguán empedrado y de ahí al interior. Este zaguán es testigo mudo desde tiempo inmemorial de las oraciones y peticiones de gentes que transitan diariamente por el entorno y se detienen para rezar a través de las rejillas.

Una vez dentro, la nave única es de planta rectangular cubierta con bóveda de cañón sobre arcos fajones y 6 lunetos. El interior guarda además de 3 retablos, el mayor y dos laterales afrontados, una serie de imágenes de madera policromada, pinturas, inscripciones en tabla, recuerdos y objetos de culto que aunque su valor artístico no sea de gran relevancia, todos ellos tienen un gran valor histórico y sobre todo sentimental para las personas que habitualmente visitan la capilla.

Al comenzar el estilo gótico en la 2ª mitad del Medievo, la pintura mural del románico pierde importancia y los frontales y muros de catedrales, iglesias y capillas van a adornarse con una nueva estructura fundamentalmente de madera, el retablo, cuyo tamaño está en relación con las dimensiones del lugar que ocupa. Generalmente su composición hace referencia a la Virgen, a un santo titular y a escenas de la vida del representado. El apogeo de los retablos corresponde al periodo barroco, consecuencia de la liturgia fomentada por el Concilio de Trento que, para avivar el fervor de los fieles, impulsaba el culto a las imágenes, en clara oposición con la doctrina protestante que había aparecido en diversos países europeos.

El retablo mayor de La Balesquida es un retablo hornacina sobre un sotabanco de piedra ejecutado en el primer tercio del siglo XVII, siguiendo el estilo barroco, donde arquitectura, pintura y escultura están al servicio de la imagen. Consta de tres partes, el banco, liso, decorado con follaje siguiendo la técnica del estofado. En el centro, el sagrario moderno que sustituyó al anterior tras las obras de restauración. La hornacina central que aloja a la Virgen de la Esperanza está enmarcada por dos pares de columnas doradas, con capiteles corintios y cubierta por una tela de malla a modo de dosel, es la guardamalleta. En su interior el mismo decorado que el banco realza el conjunto. En el ático, tercer elemento del retablo, sobre un fondo dorado, se representa el Espíritu Santo en forma de paloma dorada en medio y bajorrelieve, de la que se desprenden rayos rodeados por estilizadas nubes blancas. Un frontón semicircular remata el retablo y sobre él una cruz.

Recientemente todo él ha sido restaurado dejando al descubierto sobre todo la bellísima policromía de la vegetación en azul y rojo sobre fondo dorado. Al desmontarlo para su reparación, se ha descubierto en el banco una descripción en latín referida a la fórmula de la Consagración. Estaba y sigue oculta por el Sagrario y a mi parecer sería deseable buscar la manera de dejarla al descubierto. A ambos lados del camarín que alberga a la Virgen hay dos pequeños ángeles en posición de vuelo. En ambos la técnica utilizada para representar el cuerpo es la del encarnado. La colocación actual nada tiene que ver con la primitiva, hasta es posible que no pertenecieran al conjunto primitivo. Hay además fuera del retablo, sobre el frontal que separa el presbiterio de la sacristía, otros dos ángeles de mayor tamaño que los anteriores, en posición sedente, con el cuerno de la abundancia. La talla es del siglo XVIII y lo mismo que la otra pareja en cuanto a técnica se refiere.

La Virgen de la Esperanza, titular del retablo, es una imagen de vestir, de pie sobre una peana. El manto, el vestido y la toca que luce en las solemnidades han sido regalo de la Cofradía en 1966, así como el rosario de filigrana donado por una devota. De rostro ovalado e inexpresivo, nariz recta, boca pequeña y ojos de pasta vítrea. La peluca que cubre su cabeza y la corona son modernas. Sobre el pecho, la Virgen lleva la primera Medalla de Oro de Oviedo que le ha concedido el Ayuntamiento el 25 de mayo de 1952 en reconocimiento a la patrona de una institución tan íntimamente ligada a la ciudad durante más de setecientos años y que es además una de sus genuinas señas de identidad.

El segundo retablo, situado a la derecha de la nave, es el de San Bernardo o el de Santa Brígida, ya que su distribución es diferente a la primitiva. Es de estilo barroco, de fines del siglo XVIII a principios del siglo XVIII, realizado en madera con una regular conservación. Consta de dos pisos, divididos ambos en tres calles cada uno, separadas por columnas salomónicas (de fuste retorcido) y apoyado todo él sobre un banco de tres casas. Antiguamente, cada uno de los pisos formaba retablos independientes colocados uno a continuación del otro en el lado de la Epístola. Ambos se unieron.

El conjunto remata en un friso liso adornado con dentículos y ovas y coronado por un frontón semicircular y dos grandes bolas a cada lado. Se realizó bajo el patrocinio de la Cofradía de San Bernardo, que en 1729 se estableció en la Balesquida. En el piso inferior se alojan las imágenes de San José y el Niño a la izquierda, Santa Brígida en el centro y San Francisco a la derecha, todas en madera policromada. El Niño que acompaña a San José sustituye al original. Mirándolo se aprecia que su tamaño no es proporcional al del santo. Robado hace años, apareció sin un brazo, restaurado posteriormente. Es una pequeña imagen del barroco popular, del siglo XVII a principios del XVIII. En la hornacina central, Santa Brígida, princesa, según figura en la peana sobre la que se asienta. Data, como casi todas, de finales del siglo XVII a principios del XVIII y es de madera policromada. De cómo el culto de esta santa llegó a Oviedo nos dio cuenta D. Carlos Fernández Juesas en un número de esta revista, donde además nos relata que «era sueca, hija de reyes, había renunciado a su condición de princesa para tomar los hábitos del císter después de la muerte de su marido con quien peregrinó a Santiago de Compostela». En la hornacina derecha, San Francisco, escultura barroca de la misma época que las anteriores y del mismo material.

En el piso superior del retablo se alojan las imágenes, en madera policromada, de San Antonio en la hornacina izquierda, San Bernardo en el centro y San Sebastián a la derecha. Son tallas del siglo XVII al XVIII, a excepción de San Sebastián que es del siglo XVI. San Bernardo figuraba como titular de un retablo independiente que posteriormente se empotró en el actual y donde también se encontraban las imágenes de San José y San Antonio. En la calle derecha, San Eulogio, popularmente San Sebastián para los cofrades. Es el que mayor valor artístico tiene. Perteneció a un retablo desaparecido que tenía como titular a Santa Brígida.

Del tercer retablo es titular San Judas Tadeo, está situado en lado del Evangelio. De calle única, se apoya en un altar más moderno. Se compone de un banco decorado con ménsulas vegetales enmarcadas por dos pilastras con colgantes, sobre el que se apoya la hornacina central en forma de arco rehundido con bóveda de cuarto de esfera, donde se asienta la imagen del santo. Los adornos son motivos vegetales, pero lo más llamativo del retablo son los dos grandes estípites, soportes típicos del barroco churrigueresco, que soportan una cornisa rectangular. Finalmente, un ático mixtilíneo en forma de peineta lo remata. La imagen de San Judas tiene un gran arraigo entre los muchos fieles que a diario visitan la capilla y en noviembre la Cofradía celebra un triduo en su honor. Es de madera policromada, verde, rojo, negro, dorado y ocre que simula el encarnado; está de pie, pisando a un monstruo, la materialización del mal. Los pies separados dan sensación de inestabilidad y de movimiento, a lo que contribuye también la posición de la cabeza. A diferencia de las otras imágenes, su rostro es de gran expresividad.

Además de estos retablos, se veneran en la capilla otras imágenes de gran arraigo popular desde siglos.

El Santo Niño de la Guarda, al que cariñosamente también se le conoce con el apelativo de San Cristobalín. Está colocado en el tercer tramo de la nave, en el muro de la Epístola. Su cronología corresponde al siglo XVIII, de madera policromada. Crucificado a la manera de Cristo. Su historia, que se localiza en la Guardia, provincia de Toledo, relata el martirio de un niño que sufrió las intransigencias religiosas de la España del siglo XV cuando cristianos y judíos aprovechaban sus diferencias religiosas para solventar problemas políticos y económicos. El relato del martirio es poco conocido para nosotros los asturianos, pero para hacernos una idea de la importancia que tuvo en otros lugares de España basta recordar que Lope de Vega lo tomó como argumento de una de sus obras, El Niño Inocente, lo que quizás hizo que el suceso alcanzase la relevancia histórica que sin duda no hubiera tenido. También en el mismo siglo, José de Cañizares recogió la misma historia en una de sus obras, La viva imagen de Cristo, lo que demuestra el interés de los dramaturgos por resaltar los acontecimientos del momento y que hoy se han convertido en verdaderos documentos históricos.

El Cristo Crucificado está situado en el tercer tramo de la nave, del lado del Evangelio, de cronología incierta por no responder a un estilo determinado. De madera policromada con tres clavos, sus piernas aparecen paralelas como los crucifijos románicos, pero éstos con cuatro clavos. Es un Cristo muerto, a diferencia de los románicos que están vivos. Los brazos paralelos a la cruz como los románicos. La técnica del carneado en su cuerpo se ha visto desvirtuada por una capa de barniz.

Una de las imágenes más emotivas de la capilla es la Virgen con el Niño, colocada sobre una repisa en el presbiterio, en el lado de la Epístola. Esta ubicación es muy reciente, su lugar habitual era el altar de San Bernardo, en la calle izquierda del segundo piso donde se colocó en 1951 al sacarla de la sacristía. Hoy ocupa un lugar destacado para que se pueda admirar esta talla que según Serafín Rodríguez «es un pequeño tesoro del gótico arcaico». Su cronología data del siglo XIII, periodo gótico, tallada en madera policromada. En su mano izquierda el Niño Dios, que sostiene la bola del mundo, postura típica de las vírgenes románicas y góticas. De estas últimas tiene el espíritu maternal y amoroso que se manifiesta entre madre e hijo comunicándose con la mirada. Su rostro ovalado de facciones suaves, los ojos y la sonrisa le dan una gran expresividad. La tradición dice que esta imagen es la primitiva que presidía los cabildos de la cofradía.

Recientemente se han restaurado dos preciosas tablas de madera policromada que representan a Nuestra Señora de Guadalupe y la aparición de Cristo a San Bernardo. Las dos fueron ejecutadas entre el siglo XVII al XVIII siguiendo los cánones del barroco popular, dentro de los esquemas de Fernández de la Vega.

La primera, situada en el segundo tramo de la nave, en el lado del Evangelio. En el relieve escultórico enmarcado en un rectángulo, la Guadalupina está de pie sobre una media luna. Tras la reciente restauración resalta la policromía tanto de la túnica como del manto.

El relieve situado en el segundo tramo de la nave, en frente del anterior, representa la aparición de Cristo a San Bernardo en el momento en que Cristo, desclavando de la cruz el brazo derecho, abraza a San Bernardo, abad de la abadía francesa de Claraval y fundador del Císter. En el centro de la composición, Cristo vivo en la cruz de cuerpo alargado y desproporcionado, el rostro inexpresivo. A sus pies, San Bernardo se abraza a las piernas del Redentor y lo mira tristemente. Predomina en toda la obra una exquisita policromía.

La fama de San Bernardo a través de la historia es muy amplia, pero sus representaciones son muy escasas, por lo que se otorga más importancia a las existentes. Ejemplos representativos de su iconografía se hallan en el museo de Mallorca en el retablo de San Bernardo y en la Catedral de Zaragoza en el retablo de la capilla de San Bernardo de Claraval. Por esta causa llama poderosamente la atención que en la capilla de la Balesquida se encuentren representaciones escultóricas y pictóricas, como los dos grandes murales del presbiterio que representan el nombramiento del santo como abad de Claraval y la Virgen María, San Benito y San Lorenzo intercediendo por la salud de San Bernardo. Ambas pinturas pertenecen al último cuarto del siglo XVIII, de estilo rococó, y los expertos en la materia la atribuyen a Francisco Reyter.

Otros objetos de culto, además de las imágenes, se pueden admirar en la capilla:

Un pequeño sagrario rectangular en cuya puerta se representa una alegoría de la Eucaristía. Este sagrario, según el mayordomo de la Cofradía, se había añadido al banco del retablo del presbiterio en 1931, pero en la actualidad y tras la restauración del altar ha sido sustituido por otro más acorde con el conjunto. En espera de encontrarle un lugar adecuado está provisionalmente en el retablo de Santa Brígida.

La pila del agua bendita, labrada en piedra, responde al gusto popular del barroco del siglo XVII al XVIII. La base es cuadrada, con toro, escocia y plinto rectangular, decorada con acanaladura. Es semiesférica, adornada con gallones y coronada por un bocel.

A la izquierda del presbiterio hay una campana de bronce fundido. Su estado de conservación no es bueno, porque estando colocada en una espadaña metálica, en 1934, un proyectil la inutilizó. No es precisa la cronología de su fábrica.

También hay que destacar dos tablas rectangulares, una en el primer tramo de la nave del lado del Evangelio, es de 1660. Hace referencia al año 1270 cuando Dña. Velasquita fundó y donó la Cofradía y el Hospital al gremio de los sastres juntamente con otras ordenanzas referentes a su funcionamiento. Un cristal la protege del paso del tiempo ya que el deterioro de la pintura hace que no se lean algunas letras. En la otra tabla se recogen los nombres y apellidos de los Mayordomos de la Cofradía desde el número 49 hasta el 78.

A la entrada, a la derecha, está enmarcado el testamento de Dña. Velasquita, escrito en castellano antiguo. Las monjas benedictinas han sabido realizar un bonito trabajo transcribiéndolo en pergamino.

Desde hace unos años, cada Miércoles Santo, la Cofradía del Nazareno visita durante el Calvario que reza en la plaza de la Catedral a la Virgen de la Esperanza saludándola con un ramo de flores. Del inicio de esta costumbre ha quedado constancia en una placa de cerámica con la imagen del Nazareno que conmemora la iniciativa.

En la sacristía y en el coro se conservan otros muebles y objetos de culto que no están a la vista de los fieles.

El fervor y la religiosidad de las gentes hace que en señal de agradecimiento se hagan ofrendas de diversa índole. Algunas están recogidas en una vitrina a la izquierda del presbiterio.

NOTA

(*) El artículo fue publicado por su autora en la revista de las fiestas de la Balesquida del año 2005.

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